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El Principio del Cerco

Por Christian C.

El principio del cerco es uno de los pilares fundamentales de la estrategia Hiperbórea. De hecho, los pueblos del pacto de sangre, aliados de los Siddhas leales, tenían en su modo de vida estratégico tres principios : El principio de la ocupación, el cerco, y la muralla, según se refiere en «El misterio de Belicena Villca».

Ante todo debe tenerse claro que el espacio ocupado es justamente eso, una ocupación al territorio enemigo del Demiurgo, el Valplads o campo de batalla.

Esta consigna debe quedar clara, en contraposición a como el Virya perdido (los pueblos del pacto cultural) se posiciona frente a la tierra, no como una ocupación transitoria, sino como pertenencia. A partir de lo cual se crea una relación simbiótica con la tierra, en que tanto se «posee» la tierra, como la tierra posee al supuesto dueño, debido a la relación de dependencia que se establece.

 En última instancia el Virya perdido resulta fagocitado por el principio de pertenencia.

Luego, la ocupación se establece mediante la delimitación de un cerco, a menudo convencional, pero cuya aplicación fáctica constituye la muralla.

El principio del cerco puede ser aplicado a nivel individual como colectivamente. En rigor de verdad se trata de un principio arquetípico, que toda criatura del mundo, incluso los animales en su territorialidad, emplean.

Más en lo que concierne al principio del cerco como medio de afianzarse en el aislamiento del Yo, debe aplicarse continuamente, ejercitando este principio a modo de análisis y cuestionamiento, para delimitar el propio Yo, fuera de todo contexto axiológico circundante.

En tal sentido, toda situación, impresión, sensación, deseo, etc, que se suscite a partir del Microcosmos, o la estructura psico-física, puede y debe ser sometida al principio del cerco, mediante el posicionamiento y afirmación del propio Yo como ajeno a cualquiera de esos elementos.

La delimitación o demarcación del Yo respecto a todo lo externo al mismo debe ir necesariamente acompañada de la actitud contraria a la puesta de sentido en los entes. Es decir, debe quitarse la puesta de sentido, con lo cual se evita la posterior fagocitación y captura por parte de los símbolos emergentes a la esfera de conciencia, representativos del contexto cultural en la superestructura, con un claro soporte o basamento arquetípico.

Particular importancia y fuerza tienen los «símbolos sagrados», como bien se expone en «Fundamentos de la Sabiduría Hiperbórea», ya que poseen la capacidad fagocitante para, enajenando la atención del Yo sumido en el sujeto consciente, iniciar su despliegue entelequial, con la consiguiente captura.

La aplicación del principio del cerco implica una contienda del Yo tanto con los arquetipos estructurados en su psique (copias invertidas de los arquetipos universales), que conforman el inconsciente colectivo personal, como con las premisas culturales preeminentes, agregados culturales que han sido incorporados en la propia estructura cultural interna.

Este posicionamiento del Yo, debe tener la base de un profundo conocimiento gnóstico, y por otro lado, ser capaz de cortar la carga o tensión dramática inherente a los despliegues y actualizaciones de los argumentos arquetípicos. De modo que, a diferencia de la actitud postora de sentido, sea lúdica o sacralizante, las cuales contribuyen a mantener la ilusión del drama vivido, el Yo debe exhibir una actidud graciosa luciférica, capaz de sobreponerse a cualquier pesada carga dramática en el argumento emergente.

Debe decirse claramente, que el principio del cerco resulta exitoso, quitando la puesta de sentido, mediante la actitud graciosa luciférica, y esencialmente, posicionándose en la frialdad de la sangre hiperbórea de reptil.

Esa es la clave para lograr el continuo aislamiento del Yo, hasta finalmente quedar rúnicamente cercado, y fuera del ámbito ilusorio del mundo demiúrgico.

Más hasta que esto ocurre, una auténtica guerra o contienda se libra entre el Virya y las fuerzas demiúrgicas, expresadas estas mediante los «símbolos sagrados».

Estos símbolos sagrados pueden revestir diversas formas, no siendo necesariamente religiosos. Sino que por «sagrado» se entiende aquí todo símbolo emergente con la capacidad de generar tal fascinosum, que el Yo quede fagocitado, restándole su fuerza volitiva.

Así un símbolo sagrado puede ser religioso, político, un equipo de futbol, una banda de rock o cantante, determinada ideología, etc, etc.

El Virya debe igualmente ser precavido en cuanto no quedar capturado en un argumento arquetípico de índole política, como muchas veces ocurre, ni tampoco el endiosamiento de ninguna figura histórica líder, más allá del obvio reconocimiento carismático que pudiera tener, incluso cuando en ocasiones pueda tal líder estar alineado con una estrategia hiperbórea colectiva.

El posicionamiento o alineamiento ideológico, puede ser funcional a determinada estrategia y objetivos, más fuera de eso, el único objetivo real del Virya debe ser la comprensión noológica de la serpiente con el signo del Origen, y ser libre nuevamente en el Origen. Comprendiendo al igual que los Cátaros, que todas las situaciones de este mundo, sean del bien o del mal, como comunmente se les denomina, no son más que variaciones de la gran ilusión.

En «El misterio de Belicena Villca» se explicita precisamente este punto como sigue:

«Y a los Cátaros, que saben que el Mal

puede triunfar sobre el Bien en la Tierra, ello los tiene sin cuidado pues en

todo caso sólo se trata de variaciones de la Ilusión: para los Hombres Puros, la

única realidad es el Espíritu; y esa Verdad significa el definitivo y absoluto triunfo

del Bien sobre el Mal, vale decir, la Permanencia Eterna de la Realidad del

Espíritu y la Disolución Final de la Ilusión del Mundo Material.»

Así un Virya orientado no debe quedar prisionero de determinado argumento socio-político en una determinada época y psico-región, ni considerar el éxito o el fracaso en términos de victoria o derrota.

Tampoco el culto a determinado líder carismático, ya que se caería entonces en una actitud sacralizante, más propia del Virya perdido. Sino más bien llegar a la propia condición de un Siddha o Dios/Diosa.

De igual modo no se debe quedar capturado por el argumento de determinado mito o figura mítica, aunque pueda utilizarse siendo funcional para la propia orientación y estrategia.

Debe quedar claro, que incluso tras todo hecho cultural de la índole que fuere, político, religioso, social, de animación, etc, se halla una emergencia arquetípica, que tiene incluso la matriz de un mito. Esa matriz puede desplegarse con tal fuerza, en distintos grados de actualización en su emergencia, que capture al Yo mediante su réplica del símbolo sagrado.

Y detrás de todo arquetipo, se halla el Demiurgo.

Un argumento en el que muchos Viryas caen es que en vez de trabajar en su propio despertar y orientación, aguardar el retorno a modo de «segunda venida»de tal o cual lider carismático, esperando que así todo se resuelva. Situación que en algún momentum o kairós apropiado puede darse, pero no es en lo que un Virya debe focalizarse o estar pendiente, sino en su propia estrategia de liberación.

Y similarmente, el error de considerar o equiparar la «batalla final» (batalla que todo Virya eventualmente deberá librar con el Demiurgo y sus acólitos arcontes) con un hecho cultural del que se aguarda su emergencia.

La batalla final entre los Siddhas, de uno y otro bando, será librada donde se suscitó u originó la división y desacuerdo. Es decir, en el propio Origen tras haber entrado a este mundo por la puerta de Venus.

El Virya desorientado, que equipara la batalla final en relación a tal o cual situación socio-política, estados en guerra, etc, no hace más que proyectarse a futuro en el tiempo, que es justamente lo contrario de orientarse en sentido inverso al Origen. No es en Cronos, o bajo el factor del tiempo fluyente demiúrgico, donde se librará la batalla final entre Siddhas, sino en una instancia anterior al tiempo, a la que todo Virya debe orientarse. Desde ya, que semejante acontecimiento, tiene repercusiones en los variados espacios de significación demiúrgicos, o mundos de ilusión, incluyendo especialmente el presente mundo, elegido como sitio de protagonismo por los Siddhas, debido al valor exhibido por la Casa de Tharsis.

 Y los Siddhas intervienen también a menudo en el mundo, directa o indirectamente, cambiando el curso de los acontecimientos culturales e históricos, en contraposición al desarrollo entelequial previsto. Pero no es desde este plano donde se origina tal movimiento extrauniversal de ruptura, que desencadenará la batalla final.

De igual modo, desde la mística hiperbórea, a partir de la sangre pura de Tharsis, todo iniciado hiperbóreo comprende la mística de la guerra esencial entre el espíritu y la materia. Pero muy distinto, y fuera del principio del cerco, resulta la actitud de sacralizar la guerra, argumento en que muchos Viryas caen, quedando prisioneros también de lo arquetípico.

El principio del cerco es análogo en cierto modo a la práctica o sadhana de Neti Neti, según los Vedantistas, en cuanto la negación de todo como ilusorio, excepto el propio ser real, eterno e inmutable.

Por supuesto, tales vedantistas se hallan desorientados, en cuanto que consideran en última instancia la individualidad como maya o ilusión ( Al menos los Vedantistas seguidores de Shankaracharya, no así otras escuelas de Vedanta como la de Ramanuja o Madhva, con las que algunos puntos pueden concordarse).

Más el método vedantista se halla aplicado justamente a ser uno aislado de la ilusión, mediante la continua negación o rechazo, o Neti Neti.

Existe un complejo proceso de condicionamiento y captura, que comienza con la misma percepción, cuando el Virya se halla dormido o no consciente del proceso mecánico que se opera, entre el objeto conocido y el sujeto cognoscente, en el que se halla sumido el Yo perdido.

Así, similar al concepto budista del nexo causal duodecuplo, tenemos que la percepción genera sensación, la sensación deviene en deseo, el deseo en apego, el apego condiciona a la existencia material y al renacimiento, con las miserias consecuentes de enfermedad, vejez y muerte, inherentes a este mundo, siempre pleno de miserias, temporal e insubstancial.

Mas si en la misma percepción, se halla la atención consciente del Yo, aplicando el principio del cerco, entonces más allá de la experiencia inmediata, el Yo no es llevado mecánicamente en todo el proceso absorbente.

También a nivel colectivo se emplea el principio del cerco, siendo que los Siddhas logran en ocasiones mediante la estrategia O, y la influencia luciferina del Gral, despertar a determinados líderes carismáticos, que aplicarán colectivamente el principio del cerco, en aras de una eventual mutación colectiva.

En otros casos, los líderes pueden no estar despiertos, pero si ser inspirados inconscientemente, sin saberlo, a aplicar en determinadas configuraciones socio-políticas y económicas el principio del cerco.

Ciertamente este principio a nivel colectivo es justamente lo opuesto a la tendencia actual globalizante sinárquica.

También resulta esencial el principio del cerco en la técnica arquemónica. Ya que la delimitación y cercado de un área es la base, para luego mediante la proyección del signo del Origen, indeterminar el cerco, tornándolo infinito, y su espacio interior deviene en una plaza liberada, libre de la influencia demiúrgica.

Como práctica individual, un Virya puede en cada acción cotidiana aplicar el principio del cerco. El hambre, sed, cansancio, sueño, tal o cual situación, etc, pueden someterse a la pregunta : Esto atañe a mi, el Yo, o al cuerpo, la estructura psíquica, etc.?

Una valiosa fórmula que puede ayudar en esta práctica, es la que presenta el profesor Herrou Aragón, en su libro «La religión prohibida»:

 “Quiero separarme del dios creador y de su creación. Quiero separarme de la materia y del tiempo, quiero separarme de mi cuerpo y de mi alma, quiero unirme a mi Espíritu, quiero que se libere mi Espíritu, quiero ser mi Espíritu, yo soy mi Espíritu.”

A lo que puede agregarse también, «Quiero ser frío como un reptil», para así desde la sangre fría, aplicar con exito el principio del cerco.

De otro modo, cuando en ocasiones la tensión dramática es superior o más fuerte a la actitud graciosa luciférica, el cerco del Virya se rompe, debiendo ejercitarse esto una y otra vez, hasta finalmente quedar efectivamente aislado.

Otro ejercicio que puede hacerse es tomar por ej. el gráfico de la runa Odal que aquí se incluye, de trazo blanco y fondo negro.

Se debe focalizar la atención concentrada en el centro de la runa, donde se halla la plaza tau, delimitada gráficamente por la forma romboidal que se aprecia en la runa.

Puede incluso ejercitarse a oscuras, donde será apreciable el color blanco de la runa Odal, en tanto uno concentra su atención en el interior negro del centro de la runa.

Luego de unos minutos, se puede retornar al ámbito usual circundante, mirando inmediatamente cualquier objeto, que quedará entonces cercado por la runa, contenido dentro, donde uno ha focalizado la atención.

Gradualmente, por introyección diaria, el Virya será capaz de proyectar la runa Odal, incluso sin haberla visto dibujada, con lo cual su propio mirar será gnóstico, cercando todo cuanto mire proyectando la runa Odal.

Esta es una forma, para ejercitar el principio del cerco, utilizando aquí la runa aislante Odal, que puede ir acompañada del principio del cerco en forma de cuestionamiento constante, según lo antes indicado.

Al igual que los libros de Agartha, sistemas reales artificiales creados por los Siddhas leales, que se hallan sellados con runas para evitar la innecesaria intromisión demiúrgica , de igual modo la obra «El misterio de Belicena Villca», funciona como «novela mágica», más debe tenerse en cuanta que también el Pontífice, Nimrod de Rosario, dispuso determinados símbolos hiperbóreos a modo de tapasignos, tanto en la tapa, como en la contratapa.

Así se aprecia la espada de Tharsis en la tapa, y el escudo de Tharsis en su contratapa, no siendo esto arbitrario o caprichoso. Sino que muy por el contrario, estos símbolos hiperbóreos custodian y sellan el contenido iniciático del libro. Y es a través de ellos, de la espada y escudo de Tharis, como un Virya puede acceder gnóstica o iniciáticamente al misterio de la casa de Tharsis.

Este es un ejemplo muy concreto de como el Pontífice Nimrod de Rosario, aplicó el principio del cerco, en aras de crear un sistema real artificial, en que efectuó un informe bajo el formato literario de novela, resignificando la historia oficial, desde la Sabiduría Hiperbórea.

No se pretende aquí menospreciar ni invalidar en absoluto la buena intención de muchos Viryas hiperbóreos, que han difundido ampliamente la novela mágica editándola bajo otros formatos, lo cual tiene un alto reconocimiento debido a la difusión lograda, más al no respetar la decisión del Pontífice en cuanto a los símbolos/tapasignos que debían mantener la tapa y contratapa, no se ofrece el mismo abordaje iniciático.

Desde ya que, a nivel estratégico, resulta válido y apreciable cualquier intento de difusión de la novela mágica, y así es como Rosalía Taglialavore, Vraya hiperbórea, y madre de Nimrod de Rosario, dio la venia a algunos Viryas frente a sus buenas intenciones creativas en cuanto promover la difusión de la obra de Nimrod, bajo otros formatos de edición.

Más debe esto precisarse en forma clara para especificar como proyectó su estrategia el Pontífice, desde su condición de Siddha.

Por supuesto que el contenido del libro es el mismo, y muchos Viryas pueden despertar con su lectura, incluso leyéndolo en formato digital, o en cualquier edición.

 Pero insistimos nuevamente, en que tales símbolos hiperbóreos de la casa de Tharsis dispuestos por el Pontífice en «El misterio de Belicena Villca» conforman una llave iniciática, para un rápido y efectivo despertar gnóstico luciferino.

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