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Los lavados de cerebro de los Testigos de Satanás

Encontrado en la web. Artículo extraído del apabullante y bien fundamentado libro de Antonio Carrera: Los falsos manejos de los Testigos de Jehová.

LA ORGANIZACION DE LA TIRANIA

Sus reuniones.—Lavanderías de cerebros

Para darse cuenta de la importancia que los Testigos dan a las reuniones y los argumentos que esgrimen para animar a asistir y a no faltar nunca, les diré que llegan a decir que es necesario arriesgar la libertad y hasta la vida para reunirse. (KmS marzo 1974/2).

Hoy los Testigos, en España, tienen libertad para reunirse en salones, pero desde 1961 hasta 1971 las reuniones se hacían clandestinamente en casas particulares. Mi casa se usaba todos los domingos para estar dos horas reunidos. Para engañar a la Policía en el caso de que viniera, poníamos la mesa con botellas de licor y galletas. Entrábamos y salíamos de dos en dos para no resultar sospechosos a los vecinos. Y aunque los Testigos pregonen y publiquen ser estrictos observantes de la ley, en muchos casos es mentira. En la revista «Destino», del 5 de julio de 1968, pág. 34, un prominente Testigo de Barcelona, don Francisco Serrano Abella, dice: «La ley de asociaciones de 15 de junio de 1880 declara que una reunión pública es aquella en que más de veinte personas están presentes, ASI LOS TESTIGOS DE JEHOVA PROCURAMOS NO PASAR EN NINGUN CASO DE ESTA CIFRA CON EL PROPOSITO DE NO VIOLAR LA LEY».

Yo podría decir que en NINGUN CASO ha habido menos de los veinte que marca la ley. Al menos en los grupos que yo conocía en Vizcaya, pues en mi casa, en ocasiones de visitarnos el siervo de circuito —un representante de la Organización de quien más adelante me ocuparé—, nos hemos reunido más de cincuenta personas, haciendo caso omiso de la ley y exponiendo la integridad del piso con tal exceso de carga.

En las reuniones no hay libre diálogo o posibilidad de discusión. La Sociedad suministra las ideas en sus libros y revistas con las preguntas y respuestas que facilita, o sea, en el libro vienen confeccionadas las preguntas y también las respuestas, y el sistema de estudiar y comentar es repetir como «loros» todo aquello. Es parecido a como estudiábamos el catecismo de niños. No se indaga personalmente si aquello que pone el libro es así o no. Pero aun los pensadores y dispuestos a impugnar algunas ideas o a exponer algunas propias, no son aceptados, ya que las únicas ideas que se aceptan son las que están en los libros de la sociedad. Si hubiera libre diálogo y discusión, entonces muchos sabrían las razones a las que libremente expresarían su apoyo o manifestarían su razonada disconformidad. Pero ¡ay! si alguno no está conforme con las explicaciones prefabricadas que la Sociedad da de la Biblia, será marginado y si persiste en su mala disposición posiblemente será expulsado como hereje o apóstata. Esto fue lo que hicieron conmigo en el momento en que quise dar a conocer lo que había descubierto.

Todo está programado. La Sociedad desde América dicta qué materias estudiar, qué hablar, qué cantar en las reuniones… No hay oración de comunidad, ya que un miembro cualquiera —nombrado previamente—improvisa una oración que todos los demás al final de la misma cierran con la palabra «amén». Los locales para las reuniones, llamados «Salón del Reino», no son templos donde uno pueda hallar recogimiento, donde uno pueda orar particularmente a fin de elevarse espiritualmente. La Biblia no se estudia en las reuniones, lo único que se estudia, se comenta y se ensaya, como en un teatro, son las publicaciones de la Torre y sus diferentes métodos para vender sus libros.

En vez de operar en las reuniones el espíritu santo, lo que se oye es el «espíritu tanto», tantas revistas vendidas en el mes, tantos libros, tantos folletos, tantos aumentos de publicadores, de horas empleadas en visitas por las casas, en revisitas, en estudios en los hogares, tantos precursores especiales, regulares y temporeros, tantos libros producidos en las imprentas de Brooklyn, tantas máquinas nuevas para imprimir, tantos nuevos edificios inaugurados en el mundo, tantos nuevos salones abiertos en España para reunirse, tantas suscripciones nuevas que se lograron, tantas asambleas celebradas por el mundo y su concurrencia a las mismas. Y así hasta el infinito. Sí, el espíritu TANTO es el único que flota en el ambiente de sus reuniones, en las que sólo se oye la «musiquilla» de las enseñanzas programadas por los dirigentes de América, por ese «esclavizador infiel». Los Testigos que me lean saben que no miento.

Sus asambleas.—Medios de publicidad

Las asambleas de los Testigos de Jehová quizá sean el mejor sistema de propaganda y publicidad, y el más barato, para los dirigentes, además de cumplir otro fin tan valioso como ése o más. Consiguen congregar tres veces en el año a casi todos los miembros en grandes concentraciones y con ello logran fortalecerlos y unificarlos para que no «aflojen».

Yo, con mi familia, he asistido a las tres anuales desde 1962. Las denominadas de circuito se celebran cada seis meses, y las de distrito o nacionales una vez al año. Las internacionales, cada tres o cuatros años.

Las asambleas mayores a las cuales he asistido han sido las siguientes: Burdeos (Francia), 1962; Milán (Italia), 1963; Toulouse (Francia), 1964; Basilea (Suiza), 1965; Marsella (Francia), 1966; Toulouse (Francia), 1967; Toulouse (Francia), 1968; Roma (Italia), 1969; Toulouse (Francia), 1970: Madrid (España), 1971 —la primera celebrada en España—; La Coruña (España), abril de 1972 —este año también asistí a la inauguración de la central de Barcelona y, en agosto, a una asamblea en Salamanca (España)—, y en Bruselas (Bélgica), 1973. Estas son, como digo, las mayores, pues también he asistido a otras ya mencionadas.

Desde el principio se interesaron por las asambleas, pero sólo fue al llegar a la presidencia de la Sociedad el Sr. Knorr cuando se las dio un gran impulso. Desde 1946 se han celebrado asambleas internacionales con gran asistencia y mucho aparato propagandístico. También desde 1942 se establecieron las asambleas de circuito cada seis meses y las de distrito o nacionales una cada año. Alardean los Testigos de ser sus asambleas un dechado de organización y pericia, pero estando trabajando en ellas, como yo, se ve que no son lo que parecen. Lo que sucede es que los miembros son sufridos y disimulan su estado de ánimo para no dar que decir.

Seis meses antes de cada asamblea nos mandaban cartas animándonos a todos a asistir. Para que nadie flaquease creaban un ambiente de expectativa diciendo que algo muy importante se resolvería, pero que luego resulta que es una «niñería». Así, mes tras mes, envían cartas que hablan de la próxima asamblea en un auténtico lavado de cerebro. De un año para otro —¡qué bien lo recuerdo!— ahorrábamos todo lo que podíamos para asistir, a pesar de que tal cosa siempre resultaba trabajosa por demás. Véanlo: Ir en autocar hasta Roma, Milán, Bruselas, Basilea, etcétera, con el tiempo siempre justo, ya que, la mayoría sino todos, debía de incorporarse a sus respectivos trabajos, por lo que casi sin paradas, comiendo en ruta, sin dormir… después de haber estado durante días —los que duraba la asamblea—, levantándose temprano y acostándose tarde y mal, pues se dormía en pabellones a estilo cuartel, separados los esposos, durmiendo en el suelo peor que gitanos, batir «récords» de correr para llegar a tiempo al transporte, a comer, a las sesiones, al trabajo de barrendero o de cocinero, etc., así como guardar horas de colas para las comidas y para todo lo demás… Ahora, eso sí, para que se tenga paciencia como santos y no se quejen de nada, en las congregaciones se les dice que tienen que hacer «de tripas corazón» y aguantarlo todo para que los otros nos vean y así se hagan Testigos. ¡Ah!, y como Dios nos ve, pues todo sea por El.

Los Testigos se consideran ellos mismos personas muy rectas y buenas y así lo pregona la Sociedad en sus revistas. Pero a pesar de esto, yo que fui muchos años al frente de un autocar en viaje a las asambleas, he visto más desavenencias y choques entre los viajeros de los que podría contar. En realidad, lo que existe entre los Testigos es una coexistencia pacífica, una especie de tácito soportarse por el temor que tienen a Dios, pero que, en modo alguno, es un amor genuino.

También el fanatismo de obediencia a la Organización es extremo. Muchos se han despedido de los trabajos para poder asistir a las asambleas y sé de mujeres Testigos que, contrariando a sus esposos, se van a las asambleas dejando a su cónyuge solo. Tengo pruebas para justificar lo que afirmo.

Después de oír esto ustedes se preguntarán: ¿por qué, entonces, asisten a las asambleas cuando tanto esfuerzo y fatigas les supone? La respuesta es bien simple, la Sociedad tiene no sólo la habilidad de fanatizarnos, sino de hacernos creer que es un mandato de Dios y el que desobedece no asistiendo se acarrea el disfavor de Dios. Todo lo que asevero, cualquier Testigo sabe que es verdad. («Atalaya» 1954/150 y 1958/204, «Los Testigos de J. en el propósito divino», pag. 224.) Como ya mencioné, las asambleas dan publicidad y causan impacto en los observadores locales. Veamos el método: en La Coruña’ posiblemente no lleguen a 150 los Testigos que hay, y en todas las provincias gallegas son pocos más, pero en la asamblea celebrada en el mes de abril de 1972, en La Coruña, asistieron 5.800 de toda Galicia, Vascongadas, Navarra, Asturias, Santander, Burgos, Valladolid, Palencia, Logroño, Avila, Soria, Segovia, León… Pues para cualquier vecino de La Coruña, esto parecía indicar que todos eran de la localidad, con lo que tienen la sensación de ser, relativamente, muchos. Esto mismo ocurre en todas las ciudades donde se celebran asambleas.

La Sociedad, conociendo la naturaleza humana y en especial a sus miembros, sabe cómo «embobarlos». En casi todas las asambleas se presenta algún nuevo libro, presentación que provoca un impacto delirante de aplausos y de regocijo. Los asistentes no se aperciben, pero la Sociedad hace el gran negocio, aparte de las enormes ganancias que percibe de la venta de postales, bolígrafos, frutas, pasteles, bocadillos, helados, refrescos, cafés… todo al precio «de la calle» y en miles de comidas diarias, venden montones de libros, como veremos con el siguiente ejemplo: «Atalaya» 1956, pág. 585, da un informe de la asamblea internacional celebrada en New York del 19 al 26 de julio de 1953. Asistieron 165.829 Testigos. En sólo ocho días que duró la asamblea presentaron tres libros y tres folletos nuevos, vendiendo a los mismos Testigos asistentes nada menos que 3.073.657 piezas de literatura —una media de casi 20 por asistente—. Omito «traducir» a pesetas la cantidad que se embolsó la Torre a cuenta de sus seguidores.

También a los asambleístas les venden unas insignias de identificación como asistente. Si durante una serie de asambleas, durante un año, por ejemplo, se congregan en todo el mundo 1.000.000 de personas, resulta que sólo por este concepto, la Sociedad recauda varios millones de pesetas. Agreguen a estos las cajas de contribución y… calculen cuál puede ser el total.

William J. Schnell, que fue Testigo por treinta años y que tras descubrir la falsedad de la Torre se marchó, escribió el libro «Esclavo por treinta años en la Torre del Vigía», donde entre otras cosas dice lo siguiente: que en la asamblea de Magdeburgo (Alemania), estuvo el segundo presidente, Rutherford, y tuvo el rasgo generoso de regalarles a los asistentes con una comida el último día (una salchicha y ensalada de patatas). Esto sirvió para ponderar a Rutherford como un benefactor de sus miembros y por mucho tiempo se recordó y habló del «gran banquete de Rutherford». Y los incautos Testigos no se dieron cuenta que antes les habían sacado su dinero al venderles las insignias de identificación cobrándoles 50 lo que sólo costaba 3.

Pienso que aquella comida con que les regaló, serían sobras que había que tirar, tal como nos sucedió en la asamblea de Milán, en 1963, donde nos dieron unos bocadillos gratis para el viaje que, en resumidas cuentas, nos resultaron muy caros, ya que casi todos nos intoxicamos. La mayor parte de los más de 500 que viajamos en tren enfermamos…

Ahora les referiré algo en relación con las asambleas celebradas aquí, en Bilbao, y en particular en mi congregación de Ocharcoaga. A espaldas de las autoridades, a escondidas, sin permiso alguno y, por tanto, desobedeciendo las leyes, se hicieron varias asambleas de circuito, dos por año, con asistencia de 200 a 300 personas. Puedo probar los lugares y las fechas de casi todas ellas, pues siendo la organización de la Torre una auténtica burocracia, donde se llevan registros minuciosos de cuanto se hace, yo, por mi situación en la misma, tenía que conocerlos; poseo en mi archivo particular los nombres, fechas y lugares de reunión.

En el monte de Artebacarra, desde 1964 tengo registros y fotografías, se celebraron dos o más asambleas cada año hasta 1969 inclusive, en las cuales yo participé como organizador y orador. Solíamos acudir repartidos en varios trenes y autobuses, espaciados, para no levantar sospechas. También en 1964, fuimos a Logroño y en la orilla del Ebro nos congregamos más de 300. En una lonja de Algorta (Vizcaya), celebramos dos reuniones el año 1967 y 1968, con mucha concurrencia. En 1961 se celebró una asamblea en la playa salvaje de Larrabasterra (Vizcaya), en la cual yo fui bautizado. Otra gran reunión se celebró en Sestao (Vizcaya), en un piso deshabitado. Una más, en la cual nos reunimos todos los de Vizcaya, tuvo lugar en una lonja muy grande en Zorroza (Vizcaya). La última, que yo recuerde, la celebramos en el bilbaíno barrio de Santuchu. En todas estas asambleas, repito, se reunieron, no veinte personas como es lo establecido por la ley, sino, siempre, más de doscientas. Los Testigos desobedecen las leyes cuando les conviene y luego se lamentan porque en muchos países son perseguidos y encarcelados.

En 1968 fui invitado por la organización de los Testigos en España y asistí, en Barcelona, a un curso intensivo de capacitación, no de la biblia, sino de temas para dirigir la organización. Tengo ante mí el programa «Curso de la Escuela del Ministerio del Reino» y de las 52 lecciones que estudié dos tratan de «cómo estudiar la Biblia» y «Origen y autenticidad de la Biblia». La escuela era clandestina, en un piso de Barcelona, situado en una calle cuyo nombre no recuerdo, ya que nos ordenaron destruir la carta-convocatoria. Hacían creer que era una academia para agentes de ventas, lo cual era falso del todo, y todo el día teníamos música para «despistar» a los vecinos. En 15 días sólo salí una vez a la calle. El señor José Orzáez era nuestro instructor…

Podría continuar con una larga lista de métodos empleados por los Testigos para «jugársela» a la Policía, pero, opino, que este no es el objeto de este libro. Por otra parte, ya no es problema actual.

Predicación o propaganda

La Sociedad de los Testigos ha sabido inculcar a sus miembros el celo por la propaganda, de casa en casa, mediante hacerles creer que a este mundo le quedan pocos años y que estamos ante un fin, tan próximo, que hay que dedicar todas las energías de cada uno para anunciarlo por todo el Orbe mediante la venta de sus libros. En las reuniones se hace un auténtico lavado cerebral consistente en la reiteración del mismo «slogan»: estamos en el fin, predicar, hablar de ello y, sobre todo y siempre, vender libros. Para saber quién predica y quién no lo hace —o lo hace con menor intensidad— se les controla uno por uno. Cada mes, individualmente, se cumplimentan unos formularios en los que se especifica el número de libros y revistas vendidos, las horas empleadas en predicar y las veces que se ha revisitado a alguien. Así se controla a cada miembro y se sabe quién hace poco trabajo, al cual se anima a esforzarse más. Si falta varias semanas, sin salir a vender, le visitan los siervos y se brindan a salir con él acompañándole. Con este método no le dejan a nadie actuar en completa libertad, por lo que muchos, aun sin el menor deseo de hacerlo, salen a predicar para que les dejen en paz y para que no les «miren de mala manera». La Sociedad pone la «meta mensual» de diez horas, vender seis revistas, hacer seis revisitas y tener un estudio con otros.

Los métodos que han empleado para predicar no tienen fin. Han usado películas, fonógrafos con discos en las puertas, emisoras de radio, unas en propiedad y otras alquiladas. Usaron una goleta llamada «Silvia» (WS 1956-394) con la que recorrían las islas del Caribe. Se anima a visitar sin dejar ni un solo rincón sin hacerlo. Se visitan barcos, tiendas, cárceles, en las calles, pisos, trenes, trabajos… Usan la televisión donde se lo permiten y a los ancianos o impedidos se les anima a escribir cartas o usar del teléfono para hacerles propaganda. También se incita a las mujeres a tener literatura a mano para vendérsela al primero que llame a su puerta, el cartero, el panadero, la lechera, el cobrador… a cualquiera se intentará vender algún libro. Si usted llega a casa cansado del trabajo, se le dice que predique al anochecer porque es la mejor hora para encontrar en casa a los varones (KmS, sep 1973).

Todo esto y mucho más inculcan para que usted les venda los muchos libros y revistas que se editan en América. Con razón ya advirtió el apóstol Pedro en su 2a carta, cap. 2:1 y 3, que llegaría a haber falsos profetas y maestros que con codicia nos explotarían con palabras fingidas.

Mucho se ha hablado de que a los Testigos les pagan sus dirigentes de América, pero nada más lejos de la verdad. No sólo no les pagan nada en absoluto, sino que son ellos los que ponen su dinero, además de su trabajo y su tiempo. ¡Pobres cuitados!

Vean, como ejemplo, mi propio caso: desde el barrio donde resido, en Bilbao, he recorrido casi toda la provincia de Vizcaya, aun los caseríos más apartados de los montes, para vender los libros y revistas de la Watch Tower. Para llegar a todos estos lugares he tenido que pagarme yo mismo los viajes, pasando frío en invierno y calor excesivo en verano, pues se debe ir vestido con traje y corbata, una de las normas de la Sociedad. Cuando había días de fiesta, como Navidades, alquilábamos un coche entre cinco y marchábamos a las provincias limítrofes —Burgos, Santander            a vender libros, pasando mucho frío y gastando mucho dinero. La única que recibe ganancias sin pérdida alguna en estos lamentables viajes es la Sociedad. En las Navidades de 1972-3, fuimos mi esposa y yo, con otros doce, a vender libros a Belorado (Burgos) y durante todo un día que transcurrió continuamente corriendo de un lado para otro y casi sin comer, sólo conseguimos vender, cada uno, el valor de 150 pesetas; menos de la mitad de lo que nos costó el viaje. Ahora bien, las 2.100 pesetas producto de la venta de los libros, fueron a parar íntegras a la Sociedad, ella nunca pierde nada.

También pasé dos años justos, del 1 de marzo de 1968 al 29 de febrero de 1969, viajando dos veces por semana a Durango (Vizcaya), acompañado de mi hijo, para atender un grupito que, con mi colaboración, creció de cero a veinte predicadores. Haciendo cálculos de lo que pude gastar de mi reducido jornal —soy como creo ya tengo dicho, un obrero—, para pagarnos los viajes de esos dos años, a 60 pesetas ida y vuelta por persona, la cantidad de 24.960 pesetas. También comencé el grupo de Munguía (Vizcaya), donde estuve un año, de noviembre de 1968 al mismo mes de 1969, el cual de cero salieron catorce predicadores y para atenderlo también me trasladaba dos veces por semana, siendo el gasto casi igual, es decir, unas 12.480 pesetas, lo que nos da un total, SOLO POR ESTOS DOS CONCEPTOS, de 37.440 pesetas. A todo esto puedo agregar :l tiempo empleado para preparar información para las reuniones semanales y para preparar conferencias que luego pronunciaba muchas veces en las congregaciones de Bilbao y provincia de Vizcaya, así como otras muchas en Santander, Burgos, Pamplona, San Sebastián…

Además, ¿cuántas horas he dedicado a la preparación de asambleas? Tengo a la vista varias cartas de los siervos de circuito con mi nombramiento para encargarme de departamentos de música, decoración, pintar rótulos… Todos los Testigos que me conocen —y son por centenares—que me han ayudado en todo este trabajo saben cuántas horas de nuestro tiempo hemos empleado no para Jehová Dios, como la Sociedad nos lo hacía creer, y yo así lo creía, sino para fomentar y potenciar los intereses y el poderío terrenal de los dirigentes americanos de la Watch Tower.

Se me olvidaba quizá lo más notable, ya que estoy hablando de predicar o vender —elijan ustedes— la mercancía de Brooklyn. Como ya dije antes, se me contagió la manía de registrarlo todo y archivarlo, por lo que puedo contar y probar si alguien pone en duda alguno de los casos a los que más adelante me referiré. El 23 de septiembre de 1973, dos meses y medio antes de mi expulsión, pedí al superintendente, Sr. Barquín, anunciara a la congregación públicamente mi renuncia voluntaria como siervo auxiliar. Acto seguido entregué todos los archivos de fichas de los predicadores, pero antes tomé nota de las horas que he empleado en predicar y vender sus libros y revistas. Pues bien, en esos doce años he predicado un total de 3.542 horas —recordemos que con 1.440 horas hubiera cumplido con las directrices de la Sociedad—, si las hubiera empleado en mi trabajo o cualquier otra ocupación, sólo a 50 pesetas la hora —más barata no la puedo poner— ahora tendría 177.100 pesetas.

Este dinero, más el que yo he gastado por y para la Sociedad, el tiempo y el desgaste de energías y las fatigas y desprecios que he tenido que sufrir de la gente en las puertas de sus casas, todo esto repito, me lo debe la organización de Brooklyn. No, los doce años de mi servicio no han sido para Jehová Dios, como yo creía, sino para enriquecer y expansionar el imperialismo de la Torre. Mientras yo tenía que servir a otros, mi esposa, con bondadosa paciencia, se pasaba los sábados y domingos en casa… y esto por años. Lo que acabo de contar no pretendo en modo alguno sea una apología o elogio de mi mismo, ya que soy uno más entre los cientos de miles de Testigos que sinceros y nobles —pero tan incautos como yo—repartidos por todo el mundo. Así se sabrá que a los Testigos no les pagan, sino que su misma organización les esquilma, engañándoles y poniendo para ello como tapadera la Biblia y al propio Dios.

DATOS DE LA ORGANIZACION

La organización de la Torre de los Testigos está montada a la americana y por americanos. Todo está superorganizado. Desde New York todo se dirige y controla, siendo su cabeza visible el presidente señor Knorr. En el mundo existen 97 sucursales, las cuales se dividen en 12 zonas. Cada sucursal tiene un fiel apoyador de los americanos —y generalmente él mismo americano—, llamado siervo de sucursal. Es interesante ver cómo actúan para sospechar que algún manejo hay oculto. Casi todos los siervos de distrito y muchos de circuito son igualmente americanos. En España, el representante legal de los Testigos reconocido por el Gobierno es el señor Antonio Navacerrada, pero de esto se puede dudar, ya que tanto este señor como otros están figurando aún cuando en realidad sólo constituyen un «camelo». El verdadero jefe en España es un americano llamado Juan Kurtz, siervo de la sucursal española. El libro «La objeción de conciencia en España» registra una entrevista con el señor José Orzáez —a mi juicio es el más instruido en España entre los Testigos de Jehová— y dice que le acompañaban otros dos, uno extranjero. Vean lo que dice la pág. 81: «De los dos acompañantes que venían con el señor Orzáez, uno de ellos, aunque hablaba correctamente castellano, tiene un acento extranjero, probablemente americano, y prefiere quedar en segundo plano. En la conversación no interviene sino ocasionalmente, pero parece tener en alguna manera la última palabra.»

Como se ve hay americanos detrás de los españoles, aun de los más prominentes como el señor Orzáez. Otra cosa: si usted, lector, asiste a una asamblea grande, en el programa verá que el presidente es un español, pero quien controla todo y da el discurso de conclusión y los puntos claves de la asamblea así como la información más valiosa, es el americano señor Kurtz.

Los siervos de zona vigilan y controlan a los de sucursal o los de cada nación. El de sucursal vigila a los de distrito, éstos a los de circuito y estos últimos, a su vez, visitan cada cuatro meses unas doce congregaciones. Acostumbran a permanecer una semana en cada congregación, compuesta de unos 80 predicadores y otros tantos aprendices. En sólo una semana inspecciona todos los registros de cuentas, literatura, revistas y territorios, las tarjetas o fichas de cada individuo, y así se entera en qué está débil la congregación y da instrucciones para poder mejorar y aumentar la actividad. En sólo una semana tiene contacto privado con la mayoría de los miembros y se entera de todos los chismes y problemas internos de la mayoría, con cuyo conocimiento resulta a la Sociedad fácil el control de todos. De hecho, desde arriba se controlan y vigilan unos a otros con una dictadura férrea, igualada a la Inquisición, pero con más sutileza.

Después, el superintendente de congregación controla y vigila a los siervos ministeriales y éstos vigilan a los predicadores, los cuales se vigilan mutuamente. Estos si saben alguna falta de alguien deben descubrirla («Organización», pág. 178). Así, en vez de como ellos dicen ser una organización de teocracia, es, más bien, una DEDOcracia.

La organización teocrática moderna de los Testigos cristianos de Jehová, según indican en «Atalaya» 1972-109, consta de seis escalones:

En el superior, «Jehová Dios»; en segundo término o segundo escalón, «Jesucristo», cabeza de la congregación cristiana; el tercero está ocupado por la «Clase del «esclavo fiel y discreto»», a quien Jesús ha «nombrado sobre todo lo suyo». Mat. 24:45-47; el cuarto, corresponde al «Cuerpo gobernante»; el quinto, a los ancianos en la Congregación», y el sexto, a los «Siervos Ministeriales». Como apreciarán, todo está centralizado en el esclavo en Brooklyn. Desde allí dirigen a las 31.850 congregaciones, independientemente unas de otras. Hasta los nombramientos de superintendentes o ancianos y también los siervos ministeriales se dirigen desde miles de kilómetros de distancia. Y aunque ellos alegan que es el espíritu santo el que los nombra, en realidad son ellos, ese cuerpo gobernante (que me suena a política) el que hace los nombramientos a DEDO. Así es una DEDOcracia y no una teocracia, ya que Dios (Theos), nada tiene que ver con este «lío».

El sistema de organización de la base a la cúspide situada en el «Cuerpo Gobernante» es como sigue: Los publicadores, últimos del escalafón, son vigilados, dirigidos, controlados y espiados por los siervos ministeriales. A éstos los vigila el superintendente o anciano de la congregación. Estos son controlados, cada cuatro meses, por el siervo de circuito, a los que cada seis meses los supervisa el de distrito, el cual depende del de sucursal de su nación. Estas son visitadas por el siervo de zona, que depende de Brooklyn. Como apreciarán, todo el «tinglado» está perfectamente controlado desde la cabeza de la Torre en América. Añadiré que el cuerpo gobernante consta de ONCE miembros ungidos («Atalaya» 1972, pág. 122). Este número cabalístico lo encontramos

también en los auténticos escalones de la Torre o Atalaya de Brooklyn, vean:

«Jehová Dios» n° 1; «Jesucristo», n° 2; «Clase del esclavo fiel y discreto», n° 3; «Cuerpo Gobernante», n° 4; «Siervo de Zona», n° 5: «Siervo de Sucursal», n° 6; «Siervo de Distrito», n° 7; «Siervo de Circuito», n° 8; «Superintendente o anciano de la Congregación», n° 9; «Siervo Ministerial», n° 10, y «Publicador», n° 11.

Aunque la idea es tentadora, este número ONCE es muy sugerente, voy a pasar de largo y terminar de una vez este capítulo, con la siguiente aclaración en relación con el tema original que me ocupa.

Todas las 31.850 congregaciones o grupos que hay en el mundo, están dirigidas y controladas individualmente y, como los radios en las ruedas de una bicicleta, todas convergen en un centro que en este caso es la organización de la Torre de Brooklyn. Así, al no tener contacto directo, entre sí, ninguna de las congregaciones, no existe el peligro de cisma. Al que. se mueva lo expulsan y «aquí no ha pasado nada».

En tiempos de proscripción se emplean métodos ultrasecretos que no los mejora la C.I.A. o el F.B.I. Todos los nombres desaparecen y se emplean números claves. Yo tenía el número 56 como predicador y en cuanto a siervo auxiliar del superintendente era C. 314. La dirección de los Jefes, en Barcelona, solamente la conocíamos el señor Barquín y yo, ni mi esposa lo sabía.

Más podría añadir, pero creo que con esto se harán mis queridos lectores una idea de cómo funciona esta «diabólica» organización.

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